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El hambre y las ganas de comer

Editan en el país “Las comidas profundas” (Beatriz Viterbo Editora) de Antonio José Ponte, una pizca de literatura cubana.

“Escribo sobre la mesa de comer. La mesa está cubierta con un mantel de hule, el hule con dibujos de comidas: frutas y carne asada y copas y botellas, todo lo que no tengo”, anota el escritor cubano Antonio José Ponte en las páginas iniciales del libro “Las comidas profundas” (Beatriz Viterbo Editora).

La crisis alimentaria de los noventa en Cuba, el llamado “Período especial” después de la caída del Muro de Berlín, no le da otra opción al escritor que intentar llenar el tiempo y estómago con letra escrita. El plato vacío parece ser igual a la hoja en blanco, pero Ponte llena los renglones metafóricos, para ocultar ese mantel que se vuelve algo pornográfico. “De vez en cuando viene alguien y pregunta qué escribo. Mira a las figuras del mantel y empieza a recordar o se promete algo”, agrega el escritor.

La escasez de alimentos, la ausencia de la ingesta vital, funciona como motor para que Ponte brinde, en pocas páginas, un festín abundante en creatividad literaria plena de alegorías e imágenes. “A la literatura como a las comidas, hay que imaginárselas”, ensalza.

Aparecen breves historias de manjares, delicias que marean y viandas opulentas. Otras acerca de esos ingredientes “que evitamos desde la infancia, y que un día regresan a ganarnos”. También el autor repone en la mesa relatos de otros, como Lezama Lima ó Apollinaire, sobre alimentos travestidos, tramposos y otras ingestas indigestas.

“Las comidas profundas” es un ensayo de textos breves, apenas un tentempié para iniciarse con la rica literatura del escritor cubano que lleva publicados tanto cuentos y ensayos, como novelas y libros de poesías.

Sobre el autor

Antonio José Ponte (Matanzas, Cuba, 1964) residió en La Habana desde 1980 hasta 2006. Fue expulsado en 2003 de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, desde 2006 está exiliado en Madrid. Ha trabajado como ingeniero hidráulico, guionista de cine y profesor de literatura. Publicó dos libros de cuentos: In te col of te Malecón & otero tories (City Light Brooks, 2000) y “Cuentos de todas partes del imperio” (Editaos Deleitar, 2000), este último traducido al inglés como Tales from the Cuban Empire (City Lights Books , 2002).

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El cine que veía Latinoamerica

«Avances de Hollywood, crítica cinematográfica en América Latina 1915-1945” de Jason Borge (Viterbo Editora) contiene una generosa compilación de textos históricos acerca del séptimo arte en la cual conviven entre otros Jorge Luis Borges, Horacio Quiroga, César Vallejo, Alejo Carpentier y Roberto Arlt.

¿Jorge Luis Borges deslumbrado con la fragmentación de “El Ciudadano” de Orson Welles? ¿El cubano Alejo Carpentier extasiado con “Fantasía” de Walt Disney? ¿Roberto Arlt mofándose de los imitadores locales de Rodolfo Valentino?

“Avances de Hollywood, crítica cinematográfica en América Latina 1915-1945” es la tesis de Jason Borge con la cual rescata del ostracismo perlas en formato de texto de los más notorios escritores, periodistas y políticos latinoamericanos de la época que debaten y opinan acerca de esa nueva invención que se convirtió con apenas algunos años de vida, en la más popular de las artes.

Borges, Carpentier, Arlt, Vallejo, Quiroga, Gabriela Mistral pero también José Carlos Mariátegui ó el periodista mexicano Martín Luis Guzmán aparecen en las páginas de un libro que gratamente repone esos textos perdidos en la historia.

Como bien aclara en sus página iniciales el autor “el propósito principal de la compilación es ofrecer algunos escritos representativos de varios cinéfilos latinoamericanos en un momento decisivo en el que el paradigma crítico vacila entre un exquisitismo modernista y una perspectiva vanguardista”.

La discusión estética entre cine mudo versus sonoro, la preocupación por la ya evidente invasión cultural e ideológica de parte de Hollywood en las nacientes industrias cinematográficas nacionales y el debate nunca acabable por definir qué es ó cómo debería ser el cine, se desasnan en este libro editado en 2005 que excede la cinefilia y que estudiantes y especialistas agradecen desde el inicio.

Sobre el autor

Jason R. Borge (California, 1965) se doctoró en literauras hispánicas en la Universidad de California (Berkeley). Actualmente es Asisstan Professor en la Universidad de Vanderbilt (Tennessee), donde enseña literatura y cine latinoamericanos.

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Perseguir lo diferente, una costumbre bien argentina

Jorge Salessi en “Médicos maleantes y maricas” de Beatriz Viterbo Editora, descubre en escritos literarios y científicos como los higienistas Ramos Mejía y José Ingenieros, entre otros, pasaron de la preocupación por la salubridad nacional a una persecución política y xenófoba contra la población en la Argentina del 1900.

Los sueños de poblar el país a través de la inmigración que profesaron Sarmiento y Alberdi quedaron diezmados cuando en 1871 asoló la primitiva Buenos Aires la peor epidemia de fiebre amarilla que mató al 8% de la población porteña.

Salessi encuentra en “El Matadero” de Esteban Echeverría un claro ejemplo de esa ciudad primitiva e insalubre, donde la vida y la muerte convivían sin una separación geográfica efectiva. Los efluentes y restos de El Matadero del Alto o de la Convalescencia donde se sitúa la acción del relato de Echeverría, se encontraba a escasos pasos del Cementerio del Sud.

Nació entonces la preocupación por diseñar la red cloacal que serviría para separar las aguas servidas de las de consumo de los habitantes. La obra pública –según verificó Salessi en su investigación- fue utilizada después para limpiar la imagen del país en Europa, donde se distribuía información a los posibles inmigrantes de una nación salubre.

Los primeros higienistas, como señala Jorge Salessi en “Médicos maleantes y maricas, higiene criminología y homosexualidad en la construcción de la nación argentina, 1871-1914” de Beatriz Viterbo Editora, imaginaron al país como un cuerpo humano. Donde los grandes ríos eran considerados las venas por dónde fluía un líquido vital para la economía de un país en crecimiento: los inmigrantes que de a cientos de miles venían a poblar el país y que eran la fuerza laboral necesaria para mantener la mano de obra en bajo costo.

La preocupación por los higienistas que encabezaba Ramos Mejía, entonces se transformó en cómo controlar la salubridad de esa masa de trabajadores, porque según decían, podrían traer enfermedades desde su lugar de origen. Se iniciaron en esa época las primeras oficinas del Estado para tal efecto, destacándose el puesto en la isla Martín García donde los «sospechosos” quedaban en observación.

Pero al poco tiempo, esa preocupación por la salud física de los individuos devino en lo que llamaron “salud social”: con la llegada de los inmigrantes, desembarcaron en las costas argentinas activistas sindicales, comunistas y anarquistas.

Ahora las palabras “infección” o “foco” no aludían a la malaria, fiebre amarilla o cólera sino a las actividades políticas de una porción de la población que podía paralizar la economía del país como efectivamente ocurrió con las primeras huelgas generales. Se sucedieron detenciones, privaciones de la libertad e internaciones con el pretexto entonces de la “salud social”. La medicina pasó a formar una nueva disciplina, la criminología.

Las declaraciones en documentos históricos como los “Anales Departamento Nacional de Higiene”, “Memorias de la policía de Buenos Aires” encabezada en ese entonces por Ramón L. Falcón o escritos públicos, mantienen todas, una visión oscura y parcial acerca de los recién llegados. “El inmigrante no se disemina, queda en números excesivos en las capitales, de postulante de trabajo que allí no existe…, viviendo en mancomún y promiscuidad con los paisanos, fomentando huelgas y desórdenes, sirviendo de elemento agitador y agitable”, escribió Cornelio Moyano Gacitúa, profesor de derecho penal y Juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Pero el ansia de “salud social” siguió en otros caminos divulgando nociones erróneas acerca de la homosexualidad masculina y femenina. Los inicios de la liberación femenina en el mundo eran tan abominados por los higienistas como cualquier otra “infección” que podía afectar a la sociedad argentina.

El “tercer sexo” -según los escritos que investigó Salessi- fue el término acuñado por los especialistas de la época que aludía no a la preferencia sexual sino al “temido grupo” de las mujeres independientes que estudiaban y elegían no cumplir su “rol biológico” de esposas y madres prolíficas.

Los higienistas buscaron imponer un férreo código higiénico para curar todo fenómeno que se considerara una enfermedad, desde la fiebre amarilla hasta a la homosexualidad. Judíos, obreros, inmigrantes, comunistas, anarquistas, gays, lesbianas, fueron perseguidos y tomados como sujetos plausibles de observación médica o criminológica.

Editado en 1995 y reeditado en 2005 “Médicos maleantes y maricas” de Jorge Salessi, es una obra de detallista revisionismo histórico. El autor registró datos asombrosos para descifrar el pasado desde puntos de vista innovadores.

Sobre el Autor

Jorge Salessi es argentino y profesor de Literatura Latinoamericana del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Pennsylvania. Vive en Estados Unidos desde 1976. Se doctoró en la Universidad de Yale en 1989 con una tesis sobre Eugenio Cambaceres. Ha publicado ensayos de crítica literaria y cultural sobre el tango, sexualidad, nacionalismo, fotografía, simulación, travestismo y performance, identificación e identidad. Es editor de Hispanic Review y del Journal of the History of Sexuality.

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